Obreros mutantes, la hoguera de las vanidades o la sin Memoria Histórica
Hay personas a las que les das ocho millones de pesetas al año y una plaza de garaje y se olvidan de donde vienen. El hijo de un obrero de b...
https://contralinjusticia.blogspot.com/2012/03/obreros-mutantes-la-hoguera-de-las.html
Hay personas a las que les das ocho millones de pesetas al año y una plaza de garaje y se olvidan de donde vienen. El hijo de un obrero de barrio periférico desarrolla un curioso olvido de su material genético cuando le dan un cargo que ocupa tres líneas en la tarjeta de visita convirtiéndose en el principal defensor de los métodos del patrón.
Transformado el trabajador en alcahuete de sus amos es él quien primero asume la conveniencia de flexibilizar las condiciones laborales (normalmente en una única dirección) o la falta de provecho que supone contratar a mujeres embarazadas.
A Marx le daría una embolia si viese como la alienación del trabajador ha alcanzado la forma más perversa de mutación: conseguir que el empleado piense por la empresa. Y es que las stock options están transformando el cerebro del homo sapiens a una velocidad mayor que cualquier otro fenómeno desde que el mono se irguió hace muchos miles de años. Malos tiempos para el sentido de la identidad si dejamos que construyan la nuestra con materiales que nos son ajenos sólo para la mayor gloria del mercado. Hemos cambiado la ambición de conseguir un reparto más justo de lo que es de todos por una invitación de tercera al gran baile. O quizás es que no queríamos tanto que el duque nos diese la tierra que nos trabajábamos como ser el duque.
El positivismo y la eficacia se han instalado en las cabezas de la masa obrera y un hecho ética y moralmente reprobable -además de ilegal- como es, por ejemplo, negarle un contrato a una embarazada, se ha convertido en una "reivindicación idealista y ¿estúpida?". Y lo mejor: todos estos hijos de taxistas, albañiles y guardias civiles se felicitan por haberse dado cuenta de que el idealismo es estúpido. Con esos ocho millones al año y esa plaza de garaje se sienten, por derecho, parte de un engranaje corporativo más seguro, cálido y estable que los principios, las ideas y los escrúpulos con los que, demostrado está, no se llega a ninguna parte.
Muerta la ética una pensaba que nos quedaba la estética pero nanay, no: el garbancerismo fino se impone. Será que todos llevamos dentro un nuevo rico.
El marxismo murió o lo mataron, ok, pero más que desde una perspectiva política o económica quiero suponer que dejó su poso en las cabezas y el corazón de los hombres. O ni eso. Yo qué sé. Como dice el querido Juan José Millás "si sumamos debidamente descontextuadas las barbaridades llevadas a cabo a lo largo de la historia por los representantes de las diferentes concepciones de la realidad, no se salvan ni los representantes, ni los conceptos, ni la realidad, no se salva nadie, nada". Y continúa: "Lo mejor sería empezar de nuevo la partida; cada uno se lleva sus muertos a casa, repartimos las cartas, y al primero que rompa las reglas del juego lo expulsamos de la partida para siempre. Lo malo es que ya no hay juego, ni partida, sólo hay reglas, y con frecuencia es preciso violarlas para mantener las reglas, del mismo modo que hacen falta sujetos sin ideología para defender las ideologías. Así que lo que no hay es esperanza, [...], y qué. No pasa nada, somos mayores, comemos de todo y además nos engorda". El mundo laboral es un asco. Con perdón del asco.
Transformado el trabajador en alcahuete de sus amos es él quien primero asume la conveniencia de flexibilizar las condiciones laborales (normalmente en una única dirección) o la falta de provecho que supone contratar a mujeres embarazadas.
A Marx le daría una embolia si viese como la alienación del trabajador ha alcanzado la forma más perversa de mutación: conseguir que el empleado piense por la empresa. Y es que las stock options están transformando el cerebro del homo sapiens a una velocidad mayor que cualquier otro fenómeno desde que el mono se irguió hace muchos miles de años. Malos tiempos para el sentido de la identidad si dejamos que construyan la nuestra con materiales que nos son ajenos sólo para la mayor gloria del mercado. Hemos cambiado la ambición de conseguir un reparto más justo de lo que es de todos por una invitación de tercera al gran baile. O quizás es que no queríamos tanto que el duque nos diese la tierra que nos trabajábamos como ser el duque.
El positivismo y la eficacia se han instalado en las cabezas de la masa obrera y un hecho ética y moralmente reprobable -además de ilegal- como es, por ejemplo, negarle un contrato a una embarazada, se ha convertido en una "reivindicación idealista y ¿estúpida?". Y lo mejor: todos estos hijos de taxistas, albañiles y guardias civiles se felicitan por haberse dado cuenta de que el idealismo es estúpido. Con esos ocho millones al año y esa plaza de garaje se sienten, por derecho, parte de un engranaje corporativo más seguro, cálido y estable que los principios, las ideas y los escrúpulos con los que, demostrado está, no se llega a ninguna parte.
Muerta la ética una pensaba que nos quedaba la estética pero nanay, no: el garbancerismo fino se impone. Será que todos llevamos dentro un nuevo rico.
El marxismo murió o lo mataron, ok, pero más que desde una perspectiva política o económica quiero suponer que dejó su poso en las cabezas y el corazón de los hombres. O ni eso. Yo qué sé. Como dice el querido Juan José Millás "si sumamos debidamente descontextuadas las barbaridades llevadas a cabo a lo largo de la historia por los representantes de las diferentes concepciones de la realidad, no se salvan ni los representantes, ni los conceptos, ni la realidad, no se salva nadie, nada". Y continúa: "Lo mejor sería empezar de nuevo la partida; cada uno se lleva sus muertos a casa, repartimos las cartas, y al primero que rompa las reglas del juego lo expulsamos de la partida para siempre. Lo malo es que ya no hay juego, ni partida, sólo hay reglas, y con frecuencia es preciso violarlas para mantener las reglas, del mismo modo que hacen falta sujetos sin ideología para defender las ideologías. Así que lo que no hay es esperanza, [...], y qué. No pasa nada, somos mayores, comemos de todo y además nos engorda". El mundo laboral es un asco. Con perdón del asco.