Pagan los madrileños

Pagan, pagan los madrileños, pagan los delirios faraónicos de sus regidores. Pagan sin cesar impuestos directos o indirectos. Pagan las megalomanías y los estallidos de nouveau riche de algunos. Pagan edificios, suntuosidades, fastos, viajes, banquetes, fiestas, despachos enmoquetados, escoltas, automóviles para cualquier mindundi al que se adorna, además, con chófer y secretaria. Lo pagan todo, sí, los madrileños, cada vez más abrumados por la hemorragia inacabable del gasto innecesario.
   Residía el Ayuntamiento en un edificio Austria, en una de las más bellas construcciones de Madrid, elegante y seria, de gran estilo y calidad, de auténtica categoría, asombro de propios y extraños. Pero no era bastante. Había que trasladarse al merengue de la Plaza de Cibeles, espectacular y vistoso, dulcedumbre de membrillo arquitectónico. Los espacios libres que allí quedarán se llenarán enseguida con nuevos funcionarios, nuevos asesores, nuevos ayudantes, nuevos enchufes incesantes. Y los madrileños tendrán que pagar a un ejército de decoradores, de reformadores, de estilistas. Pagarán, rechistando poco, mármoles, moquetas, muebles de calidad, cuadros de firma, el derroche desmesurado, en fin, de los que disparan con pólvora del Rey. La ciudad está necesitada de mil urgencias. Pero una parte del presupuesto se va a despilfarrar en edificios innecesarios, instalaciones suntuosas, insultante dilapidación. Como pagan los madrileños, qué más da.